Corrección: Marshall
Pensaba matarla si la encontraba.
Tarhan escuchó el ruido desgarrador hecho por el cielo con un rostro insensible.
Empezó a llover. Miró hacia un árbol cercano que el rayo golpeó y que ahora estaba ardiendo y humeando.
Las gotas de lluvia golpearon con fuerza sus apretados y musculosos bíceps. Incluso las gotas de lluvia se convirtieron en vapor de agua, debido al calor que emanaba dolosamente en su piel, que estaba salpicada de ira y traición.
“Los lobos están haciendo un escándalo………”
De repente recordó que había vivido esa vida durante bastante tiempo. Al principio con ira, luego con una locura que no podía evitar. Y ahora culpa a su terrible hábito por seguir haciendo esto.
Si, fue por su hábito.
"No hay razón para continuar con esta locura de buscar a una mujer que podría estar viva o muerta".
Tarhan se dio cuenta de que en algún momento, sus pensamientos volvían a fluir inesperadamente.
Maldición. Sucedió de nuevo. Tarhan intentó cambiar de opinión, recordando la amargura de la herida hirviendo. Pero no podía ser posible. Si fuera posible, lo hubiera intentado 100 veces y lo hubiera logrado.
Siempre fue ella. Esa mujer estaba detrás del motivo de todas sus acciones.
Para él, quién era el responsable de la supervivencia de toda la tribu, no era un trabajo sobrevivir solo en el bosque. Más bien, se ajustaba más a su constitución. Sin embargo, reflexionó sobre la razón por la que había estado obsesionado con la vida en grupo.
El bebé. Era por el bebé. El bebé que tendría. Hinchaba su estrecho pecho hasta el punto en que resaltaba, por el bebé que sería incubado por nueve meses exactos.
Al principio fue una tontería. Eran jóvenes, por lo que pensó que pronto tendrían hijos.
La tribu aumentó la tasa de supervivencia de los bebés. Para hacer eso, debían ser reconocidos dentro de la tribu.
Tarhan, un hombre de Cartantina, hizo lo que un hombre tenía que hacer al darle la semilla del bebé a esa mujer.
Necesitaba desesperadamente un puesto alto.
Sentir como si estuviera mirando por un escarpado, en una posición suficientemente alta para que todos tuvieran que alzar la mirada para mirarle.
En una posición tan inmejorable que no tendría que luchar por mujeres, bebida o comida.
Necesitaba una posición tal que nadie, donde él pisara un pie, fuera capaz de señalarle con el dedo a causa de que le temieran.
Fue por ello, que el sobreviviente de la caída Cartantina, a pesar de los insultos de los hombres de Aguilea, no se apresuró a arrancarles la lengua y la piel de sus estómagos.
Si hubiera despedazado sus sucios rostros en el instante, se hubiera vuelto arrogante con la victoria de esa noche, no hubiera podido ocultar a aquella mujer de los demás de la tribu mientras salía a cazar.
Pudo construir una casa que no se comparaba con otras, y regalarle un collar de huesos de los más honorables que se necesitaba para que se protejan al menos 10 casas.
Pero Tarhan ahora estaba reflexionando una y otra vez sobre lo estúpida y terrible que fue esa decisión en su vida.
Ella nunca usó ese collar.
En la casa donde vivían Tarhan y su mujer, el collar estaba guardado en un frasco de artículos robados como se encontraba originalmente. Su mujer no tomó nada de él. Si hubieran rastros de él, no importa lo pequeños que sean, parecía que no los llevaba sobre su cuerpo.
Cada hora, Tarhan apretaba los orificios de su respiración.
No hubo noche de la que no se arrepintiera. Sin saber de qué se arrepentía.
Cuando todo el polvo y la tierra desaparecieron, se podía sentir el olor a agua. Tarhan empezó a moverse de nuevo. Sus ojos volvían a ser tan afilados como las garras de un depredador.