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DESPUÉS DE QUE ELLA SE FUE – CAPÍTULO 3

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3.

Al llegar a la mansión, Callisis se sentó en su oficina antes de exhalar un profundo suspiro. Su mente se sentía distante y confusa, como si hubiera estado caminando por un bosque brumoso. Mirando los documentos con una expresión vacía, Callisis finalmente entrecerró las cejas y sacudió la cabeza.

La escena que había presenciado antes seguía resurgiendo vívidamente en su mente, carcomiendo su cordura. Cabello largo y dorado descolorido y gotas de sangre carmesí esparcidas en todas direcciones. La imagen de la vida de una mujer extinguiéndose en un instante no se desvanecería de su mente, por mucho que intentara borrarla. Sentía como si tuviera la garganta atascada, asfixiándolo.

No fue simplemente porque había presenciado una escena impactante. Si fuera tan frágil como para verse profundamente afectado por tal espectáculo, nunca habría ido allí en primer lugar. Sin embargo, la razón por la que se sentía tan confundido y sofocado probablemente fue porque la había visto.

Se tragó una sonrisa amarga y empujó los documentos que había estado mirando a la esquina de su escritorio, sabiendo que ya no importarían. Sabía que ya no llamarían su atención.

En un intento por calmar su corazón inquieto miró por la ventana. El cielo, desprovisto de una sola nube, parecía tan vasto como un mar teñido de carmesí. Era un tono muy vivo e intenso.

En ese momento, mientras contemplaba distraídamente el atardecer, una brisa fresca pasó suavemente, alborotando su cabello a su paso. Dentro del frío toque del viento, sintió un fugaz indicio de invierno. A pesar de ello, el cielo permaneció despejado.

El verano había pasado y el otoño había llegado y se había ido. En poco tiempo se acercaba la última estación del año. Su tiempo seguiría fluyendo así como si nada hubiera pasado, como si su muerte no tuviera relación.

Pensó que estaba bien. Creía que estaría bien.

Pero parecía que estaba equivocado.

Era irónico que a pesar de no hacer nada, ni siquiera contemplar hacer nada, tuviera ese sentimiento contradictorio de no ser más que un observador de lo que había sucedido.

Más allá de su reducido campo de visión, la muerte de alguien persistía, dando vueltas incesantemente en su campo de visión. Era como si alguien intencionalmente siguiera mostrándole esa escena, como si estuvieran tratando de atormentarlo.

Una y otra vez, se repitió sin cesar.

Fue absurdo. Ya ni siquiera era la muerte de alguien con quien tenía alguna conexión.

¿Por qué entonces le dolía tanto el corazón?

Intentó encontrar una respuesta a las inexplicables emociones que lo habían invadido, pero ninguna le llegó. No, tal vez había malinterpretado algo como la respuesta, algo que no era la respuesta en absoluto. De repente, abrió lentamente los ojos al sentir la luz de fondo a través de sus párpados cerrados y contempló la puesta de sol enrojecida más allá de la ventana.

Aunque la luz se estaba desvaneciendo, seguía siendo intensa. Lo suficientemente brillante como para hacer que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Apartándose de las lágrimas que traicionaban su voluntad, continuó contemplando el cielo teñido de rojo. En medio de esto, un viejo recuerdo repentinamente resurgió en su mente. Ese día también el cielo estaba tan rojo y hermoso como ahora.

Los ojos del niño, parecidos a esa puesta de sol, llenaron la mente de Callisis. Un rostro joven de mejillas sonrosadas que lo miraba con pura inocencia.

Una risa brillante y compartida floreció en el rabillo de sus ojos mientras se miraban el uno al otro. El momento en que ni siquiera sabían qué tenía de maravilloso. Fue simplemente el hecho de que estaban juntos lo que les trajo alegría, tanto para él como para ella.

Ahora, incluso recordar esos recuerdos se había vuelto muy desvaído y difícil. Era como si algo lo hubiera oscurecido, volviéndolo confuso.

Entre las innumerables escenas que parecían estar cubiertas de arena y no se veían por ningún lado, hubo una que permaneció clara.

Los ojos carmesí de la chica que más apreciaba se parecían a la puesta de sol. Su risa fue lo único que conservó su color entre todos los recuerdos desvanecidos.

En su memoria, ella llevaba una fea corona en la cabeza, ajustándola juguetonamente con los dedos mientras irradiaba felicidad. Era una corona desordenada, al grado que si la hubiera conocido, no le habría dado una segunda mirada, pero ella la llevaba con una sonrisa feliz como si hubiera recibido la gema más preciosa del mundo.

El momento en que sintió entonces, los latidos de su corazón, sus sentimientos en ese momento…

Y ella.

Era tan vívido, como si lo hubieran grabado en él, pero ella ya no estaba en este mundo. El hecho de que ya no pudiera ver a la persona que recordaba tan claramente, como si acabara de verla hacía unos momentos, le resultaba extrañamente desconcertante.

Junto a este recuerdo surgió una pregunta:


¿Por qué soltaste mi mano?

 

Las palabras en las que siempre había reflexionado volvieron a su mente. Su elección, que él no entendía y no quería entender. Su corazón, que todavía no podía captar, incluso en ese momento final que conducía a la muerte,

Ahora, no habría manera de saberlo. Los muertos no hablan.

¿Qué era realmente el poder? ¿De qué estaba hecho y por qué vale la pena dejarlo, abandonarlo por joyas deslumbrantes? Siguió reflexionando. ¿Valía simplemente menos que esas cosas? ¿Era por eso que lo había dejado ir tan cruelmente?

Le parecía ridículo que él, un simple subordinado del poder, tuviera tales pensamientos.

Quizás, en algún nivel, él no la entendía. Sin embargo, su deseo egoísta por ella siempre había sido tan abrumador que eclipsaba cualquier posibilidad de comprensión. Él la entendió, pero no lo hizo. Fue algo extraño.

Sin embargo, una vez más, quería intentar comprender sus verdaderas intenciones, tal vez incluso racionalizar por qué lo había dejado así. Creía que valía la pena intentarlo.

En la mente de Callisis, los recuerdos de ella soltando su mano en aras de un poder extravagante comenzaron a resurgir, poco a poco.

 

-Shu

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